EDUCACIÓN EN Y CON DERECHOS_4
En esta serie de monográficos secuenciados sobre el sistema general de educación y su puesta en práctica en el aula desde la perspectiva de derechos, llegó el momento de plantearnos cuál es el mayor reto de la participación infantil y cómo abordarlo desde el ámbito educativo.
Desde la más sincera de mis experiencias a través de diversos centros educativos, como coordinador de la formación continua docente en los mismos, bajo el prisma teórico de mi titulación como técnico en ciudadanía global y participación infantil, como dinamizador de consejos de participación infantil y adolescente y como «MAESTRO», puedo decir que es el miedo. Miedo al cambio, miedo a progresar, miedo a perder la autoridad… Esto es lo que, sin verbalizar, siente el equipo docente que se enfrenta ante un modelo educativo basados en los artículos 12 y 13 de la CDN. PERO:
Partiré de lo importante antes de ponerme a redactar sobre lo necesario. Y, ¿por qué? Pues simplemente porque transversalizar el derecho a la participación en la escuela -y en cualquier ámbito- es algo urgente y, repito, necesario pero si como docentes no consideramos que es importante nunca atenderemos a esta demanda ciudadana ni escucharemos activamente y desde una oreja verde.
-Es importante pues dignifica al alumnado como sujeto activo de su aprendizaje tal y como prescriben las normativas de educación, tanto nacionales como autonómicas.
-Es importante porque desarrolla la autonomía (esa de la que tanto se nos llena la boca) y la responsabilidad ya que aprender a participar es aprender a ser responsable, crític@ y comprometid@. Si en comunidad (escuela y familia) las niñas y los niños participan van a ir adquiriendo una serie de competencias que son claves para la demanda social y laboral del siglo XXI.
-Es importante porque el niño y la niña sí que sabe participar desde el momento en que nace. ¿O acaso cuando reclaman agua siendo bebés, explotan con un llanto o desarrollan la sonrisa social, no pretenden y quieren participar? Lo que ocurre es que desde nuestra mirada adultocéntrica y etnocéntrica, pronto encorsetamos esos esbozos de participación en unas convenciones sociales que poco tiene que ver con la lógica o el desarrollo competencial de una ciudadanía global.
Y es que, ¿desde dónde nos dirigimos a nuestro alumnado?
Plantearnos, como docentes, esta pregunta es básico para poder avanzar. Como dijo el filósofo y pensador Cicerón ya en el siglo I a.C, «si quieres aprender, enseña».
Cada día estamos en contacto con nuestros y nuestras discentes siendo para ellas y ellos el súmmum del saber y la autoridad. Por contra, la E/A (enseñanza y aprendizaje) son dos conceptos que van íntimamente ligados y que tienen contacto bidireccional entre ellos. Es por eso que me gusta representarlos con una / intermedia como símbolo de unión y de igualdad y no con un guion que simboliza oposición. Es por eso que cada día debemos aprender de nuestro alumnado y dejarnos contaminar por la infancia (Malaguzzi, Loris).
Si consideramos al niño (y a la niña) como menores y nos dirigimos a ellos con este concepto, no hacemos más que empobrecerlos y considerarles como sujetos de una etapa cero. Desde la mirada de la infancia, viendo el mundo con las gafas del paidocentrismo, nos daremos cuenta que les hablamos desde un estadio superior. Eh tú, que estás ahí, que estás por crecer, que eres menor… ¿Menor que quién? Solo en términos jurídicos son menores de edad; por lo demás, ciudadanía de pleno derecho y de interés superior. A parte de la del «menor» y de la «ya crecerán» existe otra forma de dirigirse a la infancia que tampoco les beneficia sino al revés, les sumerge en un estado de necesidad constante. Ésta es la que yo denomino como la de «El protegido». Se piensa, como ciudadanía adulta, que la niña y el niño de nuestro primer mundo ya lo tiene todo pues dispone de familia (en sus múltiples formas), de sanidad, de educación…es decir, está protegido. Considerando a niñas y niños como meros sujetos de protección , no nos damos cuenta que no favorecemos en nada su desarrollo de empoderamiento en destrezas y habilidades sociales que les capaciten para su buen presente y su mejor futuro. Desde esta dimensión nuestro alumnado se encuentra solo en una participación simple o de florero según la escalera de la participación de Roger Hart (1992). Aun habrá maestras y maestros que consideren que su alumnado participa en el sistema pero debemos recordarles que participar no es «estar presente» o «hacer lo que me dicen en clase» sino que si participamos, debemos formar parte de la planificación, coordinación, búsqueda de herramientas, decisión, ejecución o evaluación como etimológicamente indica el término. Del modo en el que mayoritariamente está nuestro grupo en clase, es un modo receptor y pasivo o lo que sería lo mismo, participan del sistema pero no con él.
¿Por qué es necesario? Con todo lo anterior ya podemos dar respuesta a esta pregunta ya que si establecemos la necesidad de transversalizar la participación infantil en el sistema educativo veremos el verdadero valor educativo que ésta tiene.
Para participar, por supuesto, tenemos que partir de sus propias capacidades así como su nivel de desarrollo tanto cognitivo como madurativo. Hecho esto cualquier niño, niña o adolescente puede tomar parte en su proceso de enseñanza/aprendizaje e intervenir como agente activo y como un verdadero actuante en el sistema.
Es necesario perder ese miedo desde lo atractivo que pueden resultar los procesos de participación en la escuela ya que nos hacen sentirla como comunidad, como nuestra casa, formando y tomando parte de todo y en todo. Si queremos imponer procesos o estrategias participativas en alumnado, compañeros docentes o familias, probablemente éstos fallarán. Debemos ayudar a que se pierda el miedo mostrando los beneficios que conlleva participar y crear una estructura democrática, cooperativa e inclusiva en nuestro grupo/aula. Fomentado y desarrollando en comunidad capacidades o aptitudes como la escucha activa, la resiliencia o la empatía, conseguiremos una mejora de la comunicación basándonos en relaciones educativas de respeto y confianza.